(Elpidio Lamela)
El desgaste del gusto
también llega; nos guste
o no, es una realidad.
Junto con el deterioro
de las funciones cognitivas
y la motricidad fina, notamos
que nuestros gustos ya no
son los mismos.
Casi todos los cambios ocurren
como algo natural; sabemos que
la vida es cambio.
Pero no todos significan un aumento
de calidad: El propio curso de los
sucesivos cambios también produce
un deterioro natural, sin un
control consciente.
Así, un buen día descubrimos que
hemos perdido el buen gusto.
Entonces, comienzan las sospechas:
¿Era tan bueno? ¿O era algo que
merecía ser superado?
¿Cómo saber si fue un cambio superador
y soberano, o sólo una respuesta adaptativa
a condiciones del entorno?
¿Acaso tuve que descender y condescender
hacia el mal gusto para integrarme y ser
valorado como merecía?
¿Cómo arribar a una valoración justa?
Al cuestionar estos valores y profundizar
se multiplican las sospechas, vacilamos:
Sospechar demasiado es de mal gusto,
además de significar un desgaste inútil.
En ese punto sin retorno, se acaba aceptando
el propio gusto, ya deteriorado, que tampoco
es el mismo que nos despertó sospechas.
Si alguna vez gozamos de buen gusto
y supimos ser reconocidos,
ya no podemos ufanarnos.
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