martes, 9 de julio de 2024

Por qué perdimos el buen gusto

 

(Elpidio Lamela)

 

El desgaste del gusto

también llega;  nos guste

o no, es una realidad.


Junto con el deterioro

de las funciones cognitivas

y la motricidad fina, notamos

que nuestros gustos ya no

son los mismos.


Casi todos los cambios ocurren

como algo natural; sabemos que

la vida es cambio.


Pero no todos significan un aumento

de calidad: El propio curso de los

sucesivos cambios también produce 

un deterioro natural, sin un

control consciente.


Así, un buen día descubrimos que

hemos perdido el buen gusto.


Entonces, comienzan las sospechas:

¿Era tan bueno? ¿O era algo que

merecía ser superado?


¿Cómo saber si fue un cambio superador

y soberano, o sólo una respuesta adaptativa

a condiciones del entorno?


¿Acaso tuve que descender y condescender

hacia el mal gusto para integrarme y ser

valorado como merecía?


¿Cómo arribar a una valoración justa?


Al cuestionar estos valores y profundizar

se multiplican las sospechas, vacilamos:

Sospechar demasiado es de mal gusto,

además de significar un desgaste inútil.


En ese punto sin retorno, se acaba aceptando

el propio gusto, ya deteriorado, que tampoco

es el mismo que nos despertó sospechas.

 

Si alguna vez gozamos de buen gusto

y supimos ser reconocidos,

ya no podemos ufanarnos.






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