(Ricardo Mansoler)
Nicanor empuña su ocarina
con desdoro. Sopla a través
suyo, extrayéndole sonidos
anodinos, dizque andinos.
Nada desdeñable.
Admiro el empeño con que empuña
Nicanor ese pequeño objeto perforado
que apenas cabe en el cuenco
de las manos.
Se hacen cóncavas, para contener
ese cuerpo menor entre los dedos
como una araña que abraza su presa
con todos sus miembros.
¿Es feliz Nicanor con su ocarina?
De esa relación, nace una melodía
elemental y sin matices: Él cree
que hace música, una música
nativa y ancestral.
Yo lo celebro. Celebro a Nicanor,
a su empeño denodado al emitir
el propio aire tanteando con los dedos
los diminutos orificios para extraer
placer.
¿Es sólo placer, o hay goce?
Es admirable que un hombre
hecho y derecho como Nicanor
pueda gozar con el discreto volumen
de ese cuerpo perforado. No sé.
¿Está afinada la ocarina?
¿Es feliz Nicanor con ese cuerpecito
de materia muerta?
¿Desafina Nicanor, o es su ocarina?
¿Alcanzan unos dedos humanos
para abrazar el cuerpo del placer?
¿Hay un goce en el sonido
o en la sensación que lo atraviesa
al obtenerlo?
¿Cuántos orificios necesita
la felicidad de un hombre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario