(Horacio Ruminal)
Entre los inventos humanos, que no
son pocos, la mercancía ocupa un
lugar preponderante, podría decir
capital.
¿Nacieron juntos?
Casi: nadie inventa nada sin obedecer
a una necesidad. Una vez que se aprende
a obedecer, el camino se allana, y sólo
es necesario repetir:
Todo se repite por reproducción, que es
un mandato biológico: obedecemos o
nos extinguimos, desperdiciando otras
oportunidades históricas.
Somos unidades productivas, producimos
todo lo necesario para sostener el ritmo
de la demanda y reproducir las relaciones
de producción, que son las que importan:
Lo que no se puede producir, hay que
importarlo.
Del origen humilde de las primeras
mercancías, poco quedó. En poco más
de dos siglos, su expansión trascendió
todos los límites, incluso los del fetichismo.
Conspícuos y empoderados economistas,
nos ilustran sobre la evanescencia de los
mercados y otras leyes de esta disciplina
que se postula reina de todas las ciencias.
El valor de uso fue superado por el valor
de cambio, que resultó más útil:
La evolución borró todos los contornos
permitiendo que todos nos podamos
reconocer en la palabra mercancía:
Ahí está todo lo que necesitamos saber.
No hace falta entenderlo para serlo.
(Quién no guste reconocerse como mercancía,
puede hacerlo como recurso: el mercado
siempre ofrece opciones)
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