(Ricardo Mansoler)
Era bastante joven cuando conocí
el Río Deseado, los jóvenes son
dados a aventurarse, conocer, viajar
y están surcados de deseos.
No sé si era tan deseable como río,
ni sé si yo era un joven deseable,
puede que sí: los jóvenes son propensos
a creer cualquier cosa, desean creer.
Me dijeron que había que tocar el río
y pedir un deseo: siempre se cumple,
a condición de prometer volver, y
cumplir.
Lo creí, me arriesgué y funcionó.
Luego volví: soy de cumplir promesas
y además tenía otros deseos; los jóvenes
suelen estar surcados de deseos.
Volvi, una vez cumplido mi deseo
y pedí otro, sabiendo que volvería
por más: es natural repetir lo que
funciona, y aún era joven.
No sé cuántas veces repetí mi petición,
que inexorablemente era satisfecha y
me obligaba a volver.
Luego, ya que volvía, volvía a pedir
para aprovechar el viaje, que no es
corto (Nadie hace nada por nadie
si no es por un interés o un deseo).
Ya no era aquel joven deseoso
que iba y venía siguiendo sus deseos.
Viajar tanto me resultaba fatigoso
y no tenía mucho que desear.
Algo después pensé, ya entrado en años
y con alguna dificultad para desplazarme:
ésta podría ser la última vez.
¿Qué pedir antes de despedirme para
siempre del río?
Lo pensé bastante, a lo largo del viaje
que me pareció eterno…
Pedí no volver, quizás fuera ese
mi último deseo.
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