(Serafín Cuesta)
La muerte galopa a mar abierto
como un pez volador que se desboca
(Cuando un pez se va de boca
no hay certezas: puede terminar
en cualquier parte)
Los peces no temen al agua
y sus excesos, salen poco.
No necesitan nada que no esté
en el agua, dulce o salada, servida
o pura (toda pureza es relativa en
términos de agua)
No le temen: mientras estén en el
agua no tienen nada que temer.
Aguantan las peores corrientes, las tormentas
y ciclones sin escorar ni hacer agua, ni temer
por su destino:
Morirán en el agua, no aspiran a otra cosa.
Todas sus aspiraciones terrenales son
solubles en agua, donde nació la vida de
los peces y todas las especies.
El pez no puede arrodillarse, ni inclinarse
a creer. Luego, no reza, no ruega, no implora,
no llora, no mama ni se arrepiente de no
hacerlo:
Deja que fluyan sus culpas y se disuelvan
en el agua, aunque no sea bendita, ni pura
como un dios.
No acumulan nada que no pueda desagregarse
y desguazarse en el agua. El tiempo se les
escurre antes de alcanzar a descomponerse:
No conocen los verbos compuestos, ni los
beneficios de la descomposición:
En el agua, nada se descompone por completo,
todo se disuelve en un fluir autónomo
y vacante de sentido.
Por eso los peces no evolucionan
y mantienen el mimo diseño original,
más antiguo que todas nuestras teorías
de la evolución, que siguen evolucionando
a una velocidad impensable hasta hace
poco.
Sólo nosotros sabemos que el agua
también puede descomponerse:
Hidrógeno, Oxígeno y frutos del mar.
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