(Elpidio Lamela)
Hay que tener buen gusto,
oímos repetir a quienes se jactan
de poeseerlo: algo que nunca es
verificable.
Hay que tener buen gusto,
pero desarrollarlo demasiado
no es aconsejable; lo sé por
experiencia:
Había adquirido una sensibilidad
inusual y peligrosa, que me hacía
rechazar todo lo sospechable de
mal gusto.
Mi buen gusto era prodigioso,
tanto que casi no era reconocido;
se hacía dificultoso poder compartirlo:
no encontraba con quién.
Con humildad, tuve que aceptar
que nadie estaba a mi altura, y acaso
me había excedido en el desarrollo
del buen gusto.
En consecuencia, me encontraba
bastante solo. Comprendí que los
excesos nunca son de buen gusto.
Si bien es una condición subjetiva
la soledad, el gusto es inseparable
de todas las actividades que nos permiten
entablar relación con otros, e incluso de
las relaciones que elegimos entablar.
Era evidente que la soledad y el buen
gusto, ambas condiciones subjetivas,
estaban directamente asociadas.
Al final, me dieron ganas de arrojar
todo por la borda, sin perder el estilo
propio de mi buen gusto, prescindir
del adjetivo bueno y volver a la
normalidad.
Costó, pero no me arrepiento.
Ahora disfruto de este gusto dudoso,
como cualquier hijo de vecino, no
exento de algún reconocimiento.
Y gozo sin prejuicios de la mediocridad
que me rodea, que no es muy distinta
de la mía.
Del pasado, sólo conservo la humildad.
Perderla sería de mal gusto.
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