domingo, 8 de septiembre de 2024

Los límites del buen gusto

 

(Elpidio Lamela)

 

Hay que tener buen gusto,

oímos repetir a quienes se jactan

de poeseerlo: algo que nunca es

verificable.


Hay que tener buen gusto,

pero desarrollarlo demasiado

no es aconsejable; lo sé por

experiencia:


Había adquirido una sensibilidad

inusual y peligrosa, que me hacía

rechazar todo lo sospechable de

mal gusto.


Mi buen gusto era prodigioso,

tanto que casi no era reconocido;

se hacía dificultoso poder compartirlo:

no encontraba con quién.


Con humildad, tuve que aceptar

que nadie estaba a mi altura, y acaso

me había excedido en el desarrollo

del buen gusto.


En consecuencia, me encontraba

bastante solo. Comprendí que los

excesos nunca son de buen gusto.


Si bien es una condición subjetiva

la soledad, el gusto es inseparable

de todas las actividades que nos permiten

entablar relación con otros, e incluso de

las relaciones que elegimos entablar.


Era evidente que la soledad y el buen

gusto, ambas condiciones subjetivas,

estaban directamente asociadas.


Al final, me dieron ganas de arrojar

todo por la borda, sin perder el estilo

propio de mi buen gusto, prescindir

del adjetivo bueno y volver a la

normalidad.


Costó, pero no me arrepiento.

Ahora disfruto de este gusto dudoso,

como cualquier hijo de vecino, no

exento de algún reconocimiento.


Y gozo sin prejuicios de la mediocridad

que me rodea, que no es muy distinta

de la mía.


Del pasado, sólo conservo la humildad.

Perderla sería de mal gusto.


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