sábado, 4 de enero de 2025

Pellejos y pelámenes

 

(Epifanio Webber)

 

Hay que ponerse en el pellejo

del otro, pienso al mirarme en

el espejo ajeno: esos otros que

hacen cosas que no entiendo.


Entiendo que la soledad es mala

compañera al llegar a cierta edad.


Hay quienes vacilan, sienten que ya

es tarde para todo y no hay nada

que esperar. Buscan aturdirse y no

pensar.


Para evitar la angustia consumen

películas, novelas policiales o anuncios

pubicitarios que son una compañía:

pasan de un pasatiempo a otro.


Mi madre, en sus últimos años,

tenía siempre la radio o la TV

a alto volumen.


Hay que ponerse en su pellejo,

era la única forma de percibir algo,

algún barullo que la conectara al

mundo de los vivos y no sentirse

sola.


Yo prefiero el silencio. Ahora, ya

entrado en esa edad crítica, pensé

en adoptar una mascota. También

pensé:


Tendría que ser una bastante vieja.

¿Quién se haría cargo de ella, si

me sobrevive?


Bueno, los humanos somos egoístas

por naturaleza ¿Qué podría importarme

a mi lo que ocurra cuando esté muerto?


No, hay que ponerse en el pellejo del otro:

Miro a la rata que acaba de pasar, podría

ser una buena mascota, pienso.


Pero me va a llenar la casa de ratas,

y hay que mantenerlas…


No son bien vistas, las observamos con

aprensión, aversión, o asco. Como si fueran

un error de la naturaleza; las combatimos.


Alimaña inquieta y repulsiva, que se esconde

en cualquier parte y no para de roer porque

sus dientes nunca dejan de crecer…


Hay que ponerse en el pellejo del otro.

 

¿O acaso no tenemos, nosotros, algo que

nunca para de crecernos como el amor,

aunque sea a una mascota dudosa?



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