(Epifanio Webber)
Hay que ponerse en el pellejo
del otro, pienso al mirarme en
el espejo ajeno: esos otros que
hacen cosas que no entiendo.
Entiendo que la soledad es mala
compañera al llegar a cierta edad.
Hay quienes vacilan, sienten que ya
es tarde para todo y no hay nada
que esperar. Buscan aturdirse y no
pensar.
Para evitar la angustia consumen
películas, novelas policiales o anuncios
pubicitarios que son una compañía:
pasan de un pasatiempo a otro.
Mi madre, en sus últimos años,
tenía siempre la radio o la TV
a alto volumen.
Hay que ponerse en su pellejo,
era la única forma de percibir algo,
algún barullo que la conectara al
mundo de los vivos y no sentirse
sola.
Yo prefiero el silencio. Ahora, ya
entrado en esa edad crítica, pensé
en adoptar una mascota. También
pensé:
Tendría que ser una bastante vieja.
¿Quién se haría cargo de ella, si
me sobrevive?
Bueno, los humanos somos egoístas
por naturaleza ¿Qué podría importarme
a mi lo que ocurra cuando esté muerto?
No, hay que ponerse en el pellejo del otro:
Miro a la rata que acaba de pasar, podría
ser una buena mascota, pienso.
Pero me va a llenar la casa de ratas,
y hay que mantenerlas…
No son bien vistas, las observamos con
aprensión, aversión, o asco. Como si fueran
un error de la naturaleza; las combatimos.
Alimaña inquieta y repulsiva, que se esconde
en cualquier parte y no para de roer porque
sus dientes nunca dejan de crecer…
Hay que ponerse en el pellejo del otro.
¿O acaso no tenemos, nosotros, algo que
nunca para de crecernos como el amor,
aunque sea a una mascota dudosa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario