(Serafín Cuesta)
Ayer me crucé al hombre
de la bolsa. No lo había visto
antes, pero sé que era él.
No podía ser otro, con su bolsa
y esa actitud bursátil
e inconfundible.
Está muy desmejorado, ya no
es lo que era; apenas si puede
moverse, con su bolsa.
Como si le pesara su historia,
no es para menos, con todo lo
que se ha dicho de él.
Todos oímos hablar, desde pequeños
de ese hombre temible, con su bolsa
misteriosa:
Eso pesa, aún cuando nunca se le
haya comprobado nada, ni verificado
el contenido de su bulto.
Seguramente, esa historia ha de pesar
más que su bolsa que, por lo que pude
ver estaba vacía.
Acaso sea lo único que tiene, y por
eso se lo identifica así, como a otros
hombres por otros atributos.
No sé cómo era antes, pero está muy
desmejorado. Tal vez esté resignado
a cargar con el peso de su fama.
Pero así como está no creo que asuste a
nadie, el pobre. Ni él, ni su bolsa vacía
(aunque a muchos les asusta el vacío
más que cualquier otra cosa)
Me dio pena el hombre de la bolsa.
Lo usaban para asustar a los niños,
les fue útil como recurso y ahora
nadie se acuerda.
Anda solo con su alma, y con su
bolsa, a cuál más vacía, y apenas
puede moverse, está hecho bolsa
el hombre.
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