(Serafín Cuesta)
Sorprendido en plena flagrancia
el pescador furtivo
vacila entre el agua y el pecado:
entre entrar al agua y lavar
el pecado como un pez genérico,
o sumergirse en el pecado y nadar
como si nada, ajeno a todo, como
un pez inespecífico.
Fue pescado en flagrancia,
pescando quién sabe qué
en aguas prohibidas.
Preguntado por su pescador, aduce
ignorancia sobre la prohibición
que pesa bajo esas aguas.
¿La ignorancia justifica el pecado?
¿Puede un pecado ocultar otro?
El pez que estaba a punto de pescar
lo mira de reojo, satisfecho:
Un pescador furtivo siempre reincide,
el sábalo lo sabe.
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