(Eleuterio York)
Soy sauce,
me dijo casi en silencio
etiquetado, y en un abrir
cerrar de esfínteres pensé:
Otro parpadeo inútil, ya
perdí la cuenta, mientras
la asociación automática
hacía volar la mente entre
los sauces conocidos:
El llorón, el eléctrico, el
autóctono y todas las canciones
de sauces que circulan.
Ninguna como aquella:
Sauce llora por mi, que tantas
veces escuché, en distintas
versiones de músicos de jazz.
Después supe que tenía letra
y era una canción, compuesta
por Ann Ronell en 1932.
Entre otras que la hicieron popular,
la de Billie Holliday creo, es la
mejor interpretación.
Curioso: No hay muchos standars
compuestos por mujeres, y no se
conoce tanto a la autora como a
su sauce.
Volví a mirar la etiqueta: salsa de
soja, el problema de la diversidad
semántica; las mismas palabras no
significan lo mismo en una lengua
y otra.
No existe un lenguaje universal,
salvo la música, que sin palabras
no tiene ideología, y carece de
utilidad.
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