(Malcolm Mercader Ergástulas)
La palabra anacarada
no sirve para nada.
Tampoco serviría de mucho
sin esa pátina brillosa como
escama de pez embalsamado
sin consentimiento.
Sin embargo, anacarada o no,
toda palabra sirve de carnada:
su oquedad atrae a otras, tan
ávidas e inútiles como ella,
con esa pátina brillosa que
sirve para ocultar el brillo
profundo de su ausencia.
Tampoco es tanto lo anacarable
en nuestro mundo sensible, un
reflejo del orden simbólico que
habitamos como peces:
algunos brillantes, otros fosforescentes,
opacos, transparentes, variopintos como
buenos significantes.
Fuera de ese orden, las palabras
no sirven para nada y no tienen más
valor que cualquier objeto anacarable
o una fruta abrillantada.
Una carnada de nácar puede atraer
a algún molusco con sus reflejos
tornasolados.
Pero nunca a un cardumen de cardos
naturales.
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