(Amílcar Ámbanos)
Tenía un visón,
era vistoso, pero fue
perdiendo la visión.
No es muy común
la pérdida de la visión
en visones ni lobizones
jóvenes.
Nunca supe su edad,
tampoco sabía mucho
de visones: Fue un
regalo, y a caballo regalado
no se le miran los dientes,
ni se le pregunta la edad.
No soy de andar preguntando
pavadas; cuando me lo regalaron
ya era un visón hecho y derecho.
No daba la impresión de ser
muy mayor, para mi. Claro
que es sólo una visión la mia,
y como soy bastante viejo
veo a todos jóvenes. Aunque hay
viejos que no se reconocen viejos
y hacen cosas ridículas.
Mi visón no hacía cosas ridículas
más que cualquier visón, joven o
adulto o cualquier adulto humano
del montón.
Yo, si vamos al caso, hago poemas
ridículos, pero no mucho más que
otros. Nunca concursé ni competí
para ser reconocido:
el reconocimiento me parece algo
más bien ridículo.
Aunque perdía la visión, el visón
hacía su vida de visón, y así lo hizo
mientras pudo, con su limitación.
Empezó así: Primero perdió la i,
después se sumó la o, y así fue
perdiendo todo. Hasta el pelo perdió:
No servía ni para tapado.
Creo que se apegó a la pérdida y
se fue en vicio, como suele pasar:
Nadie sabe cuánto se pierde
al cultivar un vicio.
A veces, en el sueño, tengo esa visión:
Se me aparece y lo veo, dando vueltas
por la casa, sin verme, a mi visón
haciendo sus cosas como cualquier visón.
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