(Serafín Cuesta)
Hay peces que le temen al agua,
nadan siempre huyendo.
Yo no le temo, ni sé si ella me
teme. Yo, en su lugar, me temería:
Puedo hacerla hervir, evaporar
o congelar a voluntad. La puedo
contaminar, convertirla en café
o en caldo de cultivo a voluntad.
Y lo que es peor:
La puedo consumir, y no puedo
dejar de consumirla.
Supe nadarla, por arriba y por
debajo y darle otros usos y
aplicaciones.
La tratemos bien o mal, nos sabe
insípida, incolora e inodora: No es
necesario que lo sepa, no le podemos
pedir mucho.
Pero es el principal componente
de nuestro cuerpo, nademos
un estilo u otro, o aún ninguno:
Es parte nuestra.
En cambio, no somos parte del agua,
no nos necesita, aunque dependamos
de ella.
La necesidad es asimétrica, como todas
nuestras relaciones que fluyen y se
desarrollan con normalidad.
Ella no tiene por qué saberlo, es apenas
un recurso natural insípido.
Yo no le temo al agua, más bien temería
su falta: Todavía no aprendimos a
producirla y seguimos dependiendo.
Aunque no es para alarmarse, ni caer
en excesos: Salir a defender el agua
es peligroso, la justicia ya ha tomado
cartas y procesado a varios.
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