(Amílcar Ámbanos)
El poema no iba para ningún lado,
apenas oscilaba entre lo vano y lo
banal, entre lo efímero y lo ocasional,
entre el orden material y el sobrenatural.
Oscilaba hacia su propio centro
de gravedad, con un movimiento
repetitivo pero intrascendente.
No avanzaba ni retrocedía: yacía,
como un cuerpo sin destino
que vacila sin oposición,
sin otra aspiración.
El poema no iba para ningún lado;
me detuve a observar su oscilación
inútil, y extraje alguna conclusión:
¿Adónde tendría que ir un poema para
justificarse?
No tenía respuesta, y tampoco el poema:
Era evidente que era un poema injusto.
Ni siquiera se ajustaba a las normas de uso
vigentes, que hacen al valor poético.
¿Era un poema? -Sí y no:
por momentos sí, por segmentos no.
Contenía material más que poético,
pero a la vez zozobraba.
¿Qué otra cosa podía ser, si no era eso
que define a un poema cuando se lo
reconoce?
No podía descartar nada:
Dentro de todo texto dudoso, hay un
poema, o más.
Recordé las palabras de un poeta muerto
al que solía frecuentar en mis inicios:
(todavía no era muy reconocido, después
lo fue, y mucho más después de muerto)
El poema está ahí, dijo al leer mi texto dudoso.
Hay que sacarlo; yo podría, pero el poema sería
otro, que además sería mío (los verdaderos
poetas son gente muy honesta)
Entonces entendí, a la luz de aquel consejo
remoto del poeta muerto, al que tanto le debo:
Mi poema estaba ahí, y era un poema,
sólo que no había encontrado su mejor
versión. Había que darle tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario