(Serafín Cuesta)
El nadador alado pasó sin ser notado,
a una altura humilde pero respetable.
Después volvió a pasar
ante la indiferencia del rebaño
de nadadores ápteros y sus pastores.
Y repitió la operación tantas veces
como no era necesario:
No lo notaban, permanecían ajenos
a su vuelo inverosímil, tan absurdo
como fuera de contexto.
El nadador alado, notó que nadie lo notaba
menos yo, y descendió con cuidado
deteniéndose a mi lado sin anonadarse:
¿Notás algo raro? Me preguntó sin levantar
la voz para no levantar sospechas.
-No, nadador, nada en particular. Todo es
raro aquí en la tierra.
-¿Sabés nadar?
-Algo sé, pero no nado ya.
-Hacés bien, es difícil nadar contra la corriente;
y tal vez inútil.
-Sí, pero vos al menos tenés alas, sos más libre.
-No creas. En el aire, como en el agua y en la
tierra, siempre hay corrientes: Pasa una y viene
otra. Es difícil moverse en sentido distinto, es
difícil ser libre en cualquier elemento.
-Sí, puede ser, pero acá nadie lo nota; todos nadan.
-Casi nadie, es notable. Es que es peligroso
apartarse del rebaño. Tal vez sea mejor no notar
nada y seguir nadando con la corriente a favor,
hasta que cambie.
-Todo cambia…
-No, no todo; eso es lo que predican ellos
para convencer a sus rebaños que nadan…
Y antes de levantar vuelo, me confesó
su desarraigo innato y la relación con ese
cuerpo anómalo y absurdo, tan absurdo
como todo.
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