(Carlos Inquilino)
Es difícil ser humilde.
Algunos sostienen que contradice
el mandato biológico que portan
nuestros genes:
Estamos diseñados para la competencia,
a lo que debemos haber sobrevivido a
condiciones adversas, tanto como a
nuestros predadores.
También la conquista de la conciencia
y el éxito obtenido en la carrera evolutiva
cuya vanguardia expresamos, y nos permitió
expandirnos como especie superior y
dominante, imponiendo al resto y a la
Naturaleza toda nuestras propias condiciones
en pleno desarrollo.
Si fuimos capaces de todo esto
¿Qué obstáculos impedirían la expansión
de nuestra voluntad inteligente y el ejercicio
del poder para diseñar nuestro futuro, y el de
toda la biomasa?
Es difícil sostener la humildad, desde esta
perspectiva, no parece haber argumentos
sustentables y objetivos para defenderla.
Los pocos que lo logran lo disimulan bien,
pues saben que resulta sospechoso: Casi nadie
confía mucho en la condición humilde, y se
sospecha que pueda encubrir algo peor.
Tanto para la opinión pública, como para las
autoridades y los formadores de opinión más
reconocidos, la humildad expresa una dificultad
de integración y un comportamiento anómalo
para el tejido social; casi un rasgo patológico.
Los humildes no tienen aspiraciones;
se contraponen a la voluntad de progreso
y superación que reina en la sociedad,
impulsada por la gente de bien.
El humilde no quiere crecer, es reacio a
la sana competencia. No busca imponer
sus creencias, ni confrontar y no participa
en las discusiones ni en las decisiones
importantes.
Es complicado practicar la humildad,
más allá del ámbito religioso.
La realidad no ofrece muchas oportunidades
a los humildes, lo que hace que su número
se reduzca.
Yo conozco pocos humildes auténticos;
hay cosas que se pierden, tal vez para siempre.
Muchos se han visto obligados a negociar
para conservar su lugar, aunque sea un lugar
humilde.
Acaso sea ese el costo del progreso: Yo prefiero
reservarme la opinión y mantener la humildad.
Aunque se hace difícil:
De los pocos que conozco, quizás yo sea el más
humilde; casi como un poeta. Pero nunca lo diría,
no soy de jactarme y no quiero entablar competencia
ni despertar envidia.
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