(Serafín Cuesta)
Soliviantado y solo
desenfundé mi luz interior
y vi que amancillaba.
Era tarde para esperar
los beneficios de un cambio,
suponiendo que fuera verdadero
y aceptando que las verdades cambian,
y que tal vez sea esa la única verdad verificable.
Era tarde para acogerse
al beneficio de la duda.
Nadie aspira a prolongar sus dudas
más de lo razonable: Nadie sabe cuánto es.
Las aspiraciones cambian con el tiempo:
no aspiramos dos veces lo mismo.
Algunos sólo aspiran a llegar a viejos
y disfrutar en primera persona
la declinación en curso de este mundo
en avanzado estado.
Nunca tuve esta aspiración, ni otras
para intercambiar con algún prójimo
o aspirante.
En nuestra escueta historia, pocos aspiraron
a cambiar el mundo. Fueron menos los que
lo intentaron, y todos fracasaron.
¿Un resultado justo?
Sí, si consideramos que la voluntad
de las mayorías es justa.
Yo siempre tuve dudas, pero era tarde
para cambiar de ambiente, de compañía
o aspirar a otra cosa.
Tenía la luz que necesitaba
para sumergirme en pensamientos vanos
sin ningún destino: ¿Qué se puede esperar
de los destinos?
Podía sumergirme, hasta veinte atmósferas
y disfrutar de mi reloj sumergible heredado,
tantas veces como deseara.
¿Hay algo más deseable que repetir?
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