(Serafín Cuesta)
Debería consultar a un chapucero,
pensó el hombre de acero.
Ya no soy el mismo, siento que
mi alma tiende a cero.
Necesito atención, mantenimiento
y puesta a punto; alineación y
balanceo para recuperar el tono
y que mi servicio no decaiga.
Debo encontrar a un buen reducidor,
a un chapucero calificado, a un
fontanero, un experto en metales
innobles, un botellero matriculado.
Un alma de acero tiene sus bemoles.
Si me apuran, no sé si lo prefiero,
aunque las propiedades del acero no
son algo desdeñable: resiste casi todo.
Todos envidian mi temple, esta templanza:
soy casi indestructible y no tengo panza.
Tengo nervios de acero, como mi alma;
pero ella no quiere volver a cero.
(La diferencia entre el cero y el acero
es que el cero no es, no tiene valor en
sí mismo mientras que el acero posée
un valor de reventa)
II
Conozco un chapucero reconocido,
pero es un chupacirios: todo lo delega
a la voluntad divina, y casi siempre
está borracho. Yo tengo escrúpulos,
la fe y la borrachera no son muy distintas:
Mi voluntad de acero me protege
de los excesos de ese chapucero sirio.
Yo tengo mi propia fe, está bien forjada
y es inquebrantable: Creo en el metal y
sus propiedades, pero soy selectivo; no
creo en los metales nobles.
Ni creo que la nobleza tenga lugar
en la selección natural, ni en la artificial,
que es la que importa.
Mis superpoderes me permiten ver más
allá, a través de la ropa y a través de la
carne: No hay nada noble ahí, sólo hay
debilidades propias de mortales que
cargan el peso de un vacío en el alma.
Luego emiten sus excesos en forma de
palabras.
Mi alma de acero es incorruptible, como
esta fe inoxidable que brilla por sí misma
y me mantiene atento en la lucha contra el
Mal.
Si no fuera por nosotros, y estos poderes
superiores el Mal se hubiera expandido
sin control, en forma inexorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario