(Serafín Cuesta)
Es más fácil mantener un cuerpo
proporcionado, que ser proporcional.
Yo fracasé como proporcional:
La proporción no es profesión
ni una fe a profesar.
Si fuera profesor, tendría mis alumnos
preferidos sin duda, como los tuvieron
mis profesores, que en paz descansen.
A mí nunca me tocó, no calificaba para
preferido.
En una clase, hay tres clases de educandos:
el grupo de los buenos alumnos, que son
pocos y compiten entre sí; el grupo más
numeroso de los que no se destacan en
ningún sentido, y otro menor, compuesto
por los díscolos, revoltosos y los que
simplemente no muestran ningún interés
en la materia, en la clase, ni siquiera en
alterar el orden: una participación pasiva,
como si estuvieran allí por obligación
(lo que también es una forma de alterar el
orden, quizá la peor)
En esta categoría estaba yo: Las clases, en
general no me proporcionaban ningún interés.
Yo tenía otros intereses, no sabía bien cuales
eran pero sabía que no estaban ahi.
En proporción directa a mi desinterés
por esa clase de conocimiento que transmite
por imposición, me resultaba fácil distraerme,
evadirme, liberarme dibujando o jugando
con otro como yo: Siempre encontramos un
cómplice para casi todo.
Nunca fui proporcional:
La proporción es una condición de la belleza,
el arte y las relaciones simétricas (que no
solemos frecuentar, ni nos son naturales)
y poco más.
Pero también hay belleza en la desproporción,
y un arte del exceso.
La proporcionalidad es una cuestión matemática.
Fuera de eso, la vida no la contiene casi nunca, y
se sabe que la búsqueda sistemática e intensa
de la proporción, es propia de personalidades
obsesivas:
Evitemos los excesos, cuidemos nuestra porción
habitable de sinsentido humano, manteniendo una
sana relación con el cuerpo en distintas proporciones.
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